domingo, 14 de septiembre de 2014

Nana

He tratado de empezar esto más de un millar de veces, como leí una vez “una mujer buena, muy buena, de esas que puedes hablar pero nunca explicarlo todo.” Así eres tú. Nunca podría explicarlo todo.

Ayer me quedé mirándote un rato mientras abuelo buscaba las toallas para secarte y te veías tan pequeña sentada en el baño, indefensa, sin entender lo que pasaba a tu alrededor. Como una casa que desvalijaron dejándola vacía, arrasando por igual armarios llenos de recuerdos y neveras llenas de miedos. Me pregunto que estará pasando por tu cabeza ahora que miras la pared obnubilada, si detrás de toda esa niebla hay algo de ti y de mi, de todas esas cosas que convertiste en mi cotidianidad y que llenaron mi infancia de amaneceres. Si volvieses por un instante, podría decirte todas esas cosas que no dije porque la idea de perderte era tan absurda que nunca lo imaginé necesario. Te diría que tus rezos fueron mi canción preferida durante años y que la navidad es una fecha más en el calendario desde que no estás al final del pasillo con la bolsa de polvorones y las prisas del Belén. Te diría que tienes las manos más bonitas del mundo y que la comida no sabe a casa si no la haces tú. Que abuelo sigue siendo el pilar de mi vida y que solo espero morirme al lado de alguien que me quiera tanto como se quieren ustedes. Y hablo en presente porque se que ni la enfermedad más horrible podría arrancarte el amor ciego por tu marido, aunque ahora no puedas decirlo. Que en realidad nunca me gustaron los lazos y tampoco abrigarme hasta el cuello por nada pero que lo hacía por ti, porque durante años entendí, que la mejor versión de mi misma era ser tu nieta y tu cara de orgullo cada vez que nos nombrabas. Que me faltaban piernas para correr hacia ti cuando aparecías al final de la calle con la merienda o en la piscina, alegrando mis días. Que tienes una familia de la que sentirte orgullosa y que todavía me río con María cuando viajamos a nuestra infancia y te traemos con tus manías y tus cuentos para dormir. Pero no hace falta, a fin de cuentas, esto es solo otro de mis egoístas intentos por devolver un poquito de lo que eras al hueco inmenso que me dejas cada vez que no me miras.
Te quiero más de lo que cabe en cualquier verso y te elegiría un millón de vidas más. Porque, a veces, cuando me miras, se que me ves y que vuelves a ser eso que solo puedo entender yo y que tanto significa: mi abuela.

sábado, 13 de septiembre de 2014

1762 km

Hay noches que son síntomas.
Estaciones de metro que nunca has pisado y que me traen tu olor como de nuevas, como si no nos hubiésemos matado, como si fuera posible la posibilidad de que lo fuéramos.
Es este Madrid, creo, el que me lleva a arrinconarte en mi memoria y quererte aquí, trayendo la arena y la sal a un montón de gente corriendo hacia ninguna parte.
La última vez que me toqué, tus manos me rozaban, la habitación se volvía pequeñita y yo volvía a respirar. Perdona por no esperarte.
Ni siquiera se si esto es para ti. Ha pasado tanto tiempo. 
Ya sabes, cuando un año se vuelve un siglo. 
Y no se si eres el mismo de las dudas infinitas o te has vuelto loco como yo, una yonki de expectativas que acaben en sonrisa, follar y un montón de cervezas. 
Sonrisas de otros que solo me recuerdan a ti, claro.

Ahora sé que morir matando es solo una excusa cuando no hay más salida que empezar de nuevo y yo solo quería volver a empezar de nuevo contigo. 
Imagina el invierno que me espera.